Barcelona, ¿Sede permanente de los Juegos Olímpicos?

Esta semana celebramos el vigésimo quinto aniversario de la inauguración de los Juegos de la XXV Olimpiada. Para muchos barceloneses y barcelonesas esos fueron, sin lugar a duda, los mejores Juegos de la historia, no solo por las competiciones en sí, si no por lo que supusieron para la ciudad. Pese a las dudas iniciales y a los miedos de una parte de la población, los Juegos actuaron de catalizador de proyectos que, de otro modo, habrían tenido un periodo de culminación mucho más largo. Y, además, lo hicieron en un momento clave, en el que la ciudad se estaba jugando su futuro, una vez superada su fase industrial. Una ciudad con muchas carencias, pero también muchas ilusiones, como se vio en el entusiasmo con el que la gente se apuntaba a todo tipo de iniciativas; desde el voluntariado olímpico hasta la Cursa de el Corte Inglés, pasando por la entusiasta acogida que tuvieron los Juegos Paralímpicos. 

Zona Olímpica Montjuic

Probablemente se estuvo en el lugar adecuado y ene l momento adecuado. Además de las necesidades que tenía la ciudad y, no lo olvidemos, de la base deportiva preexistente, también se dio la situación de poder aprovechar un momento en el que los Juegos Olímpicos dejaban atrás su pátina decadente y aún no se habían convertido en el gran conglomerado de intereses económicos en el que se han convertido en la actualidad. De hecho, estos Juegos -junto a los de Los Ángeles (1984) y Atlanta (1996)- se considera que han sido los únicos que han generado resultados positivos desde un punto de vista operativo.

Todo apuna a que los Juegos Olímpicos están volviendo a la casilla anterior a 1984, cuando prácticamente nadie tenía interés en hospedarlos. De hecho, la lista de candidatas para 2024 ha acabado reducida a dos opciones; Los Ángeles y París. Algo similar está pasando con los Juegos de Invierno, donde también se han producido numerosas retiradas (entre ellas la de Barcelona). Las razones las encontraréis en este artículo en The Atlantic: el proceso de nominación hace que los compromisos y los gastos sean muy elevados tanto para la ciudad ganadora como para el resto de aspirantes; cada vez más el Comité Olímpico Internacional se queda una parte más grande del pastel de ingresos, hecho que dificulta la recuperación de la inversión, y los efectos macroeconómicos son dudosos en la mayoría de casos.

Viendo esta situación, durante los últimos años ha venido circulando una teoría rupturista: hacer que los Juegos se celebren siempre en la misma ciudad. Según sus defensores, con esta medida se evitaría uno de los clásicos problemas que generan este tipo de eventos efímeros: la infrautilización de las instalaciones construidas ex profeso. Otra posibilidad, que se ha apuntado en este artículo de la revista Wired, es que una ciudad se encargue de las pruebas olímpicas de una determinada modalidad. La idea sería, en cierta medida, similar a una actividad ferial, en la que numerosas ciudades han acabado especializándose en una actividad concreta: Barcelona con el Mobile o la alimentación, Madrid con el turismo, o Hannover con la informática, por citar algunos ejemplos. De esta manera las necesidades de inversión se reducen, el riesgo de generar elefantes blancos se minimiza y la presión que el evento genera sobre la ciudad es más controlable. Ahora bien, dudo que esta última solución fuera aceptada por el Comité Olímpico Internacional, ya que una solución así le haría perder eso que hace únicas a las olimpiadas respecto a otros eventos deporticos con los que entraría en competencia.

¿Podría Barcelona ser la ciudad que acoja los Juegos de manera permanente? Por una parte, la propuesta parece, a priori, bastante atractiva. Buena parte de las instalaciones deportivas son plenamente operativas a fecha de hoy, la infraestructura hotelera existente es envidiable y puede devenir una región de referencia en temas deportivos con externalidades sobre un sector estratégico en esta ciudad como es la biomedicina. Ahora bien, ¿Es necesario un evento de estas características? Es aquí donde empiezan a aparecer las dudas. Si el año 1990 costaba llenar los hoteles en verano y la mitad de restaurantes cerraban por vacaciones, ahora pasa justamente lo contrario: los meses de verano son temporada alta. Así mismo, la ciudad no necesita un elemento que sirva de ancla para proyectar su imagen globalmente, ya que la reputación de la marca es bastante elevada, tal y como nos recuerdan cada año los informes del Observatorio de Barcelona.

Tampoco queda muy claro que, en el contexto actual, los juegos puedan generar beneficios de explotación. Más bien lo más probable es que pase todo lo contrario, ya que estos veinticinco años el COI ha ido quedándose una parte cada vez más importante del pastel de los ingresos. Por lo tanto, se puede correr el riesgo de caer en una trampa conocida: aunque el evento sea un éxito de público y que todo el mundo hable bien de ello, el resultado operativo sea claramente negativo. Eso es, precisamente, lo que pasa con los premios de Fórmula 1, un evento que, pese a las importantes cifras de asistencia, cierra con números rojos hasta el punto de comprometer la continuidad del circuito.

Finalmente, también habría que hacerse dos preguntas: quién se beneficia del impacto económico y, sobretodo, cuáles son los costes de oportunidad que estos eventos general a la ciudad (es decir, aquello que no se hará). Quizás después de contestar a estas preguntas nos replanteamos algunos mantras y optamos por otra vía, como la que apuntaba Oriol Estela Barnet en esta entrada.

Las opiniones de los autores y las autoras no representan necesariamente el posicionamiento del PEMB.

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